La última moda entre las clases altas de San Francisco, Sillicon Valley y el resto de la bahía es beber agua sin filtrar y sin tratar embotellada directamente tal y como sale de la tierra. Y a precio de oro: bienvenidos al "agua cruda". No es cosa de un grupo de Facebook dedicado a la medicina alternativa, nos llega a través del mismísimo New York Times.
Parece algo exótico y decadente, pero también lo parecían otras historias pseudocientíficas. El “agua cruda” es la última parada del proceso de pérdida de confianza en el sistema de aguas públicas y la culminación de una sociedad que ha olvidado los tiempos en los que lo que nos mataba era el agua.
Aguas turbias
Según explican sus defensores, los beneficios para la salud son muy variados e incluyen la alta cantidad de minerales y microbios naturales que conserva el agua cruda (o bruta). Porque uno de los motivos que sostienen este tipo de ocurrencias es el inusitado prestigio que tiene "lo natural" en la sociedad actual. El otro es el miedo al grifo.
Llevamos hablando sobre esto años. En sólo tres décadas el volumen de negocio del agua embotellada ha aumentado en un 400% y es uno de los mercados que experimenta un crecimiento sostenido más importante año tras año. Esa desconfianza está injustificada. El agua del grifo está entre los productos más seguros del mundo.
La gente la llama “agua cruda” porque “jugarnos la vida con una botella de agua sin tratar” no cabía en la etiqueta
Sin embargo, muchas infraestructuras son viejas, no tienen un buen mantenimiento y están en proceso de degradación. Eso (y una pésima regulación estatal) ha ido dejando un reguero de casos que han impactado seriamente en la opinión pública: En España, los vecinos del barrio gaditano de Loreto bebieron agua contaminada por bacterias coniformes durante dos semanas en 2014; en Estados Unidos, son muy conocidos los casos de las intoxicaciones por plomo de Flint (Michigan) o el de Erin Brockovich.
Frente a esto, nos está costando explicar que si en un entorno de máximo control (como los sistemas de aguas públicas) esos fallos ocurren, en aguas sin tratar el peligro se vuelve exponencial. No es casual que la epidemiología, la ciencia que se dedica a mantenernos a salvo de enfermedades infecciosas, naciera en una fuente contaminada en 1854.
El agua sin controlar es peligrosa. Animales muertos, residuos fisiológicos, productos agrícolas, depósitos de minerales peligrosos: a lo largo de la historia, beber agua de fuentes ha sido una lotería y, hoy por hoy, lo sigue siendo. ¡Claro que las aguas sin tratar tienen minerales y microorganismos naturales! Los mismos que nos mataban y que con mucho esfuerzo conseguimos eliminar.
Victorias que dejamos perder
Porque, tampoco nos debemos equivocar: renunciando al agua del grifo no sólo estamos gastando más dinero, no solo estamos poniendo en riesgo nuestra salud: estamos dejando perder uno de los patrimonios históricos, sanitarios y tecnológicos más importantes de la humanidad. Y no exagero.
En The Verge traían a colación un informe de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos que recordaba que hay “textos sánscritos y griegos que recomiendan métodos de tratamiento de agua como el filtrado a través del carbón, la exposición a la luz del sol o la ebullición”. Los egipcios lo hacían a "gran" escala ya en el 1500 a. C.
No debemos olvidar que el mismísimo emperador romano tenía el título de curator aquarum, ni que el primer juicio documentado de la historia, recogido en las planchas de cobre de Contrebia Belaisca, iba sobre ella. El agua ha sido un elemento central en la vida de la humanidad y ahora que la hemos 'domesticado' ya no nos interesa. La gente la llama “agua cruda” porque “jugarnos la vida con una botella de agua sin tratar” no cabía en la etiqueta y porque invertir en infraestructuras públicas ha dejado de ser cool. Malos tiempos para el sentido común.
Fuente: xataka.com
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